12/5/08

Yanira -1-

1


Bueno, tu ya me conoces, no es que fuera una chica fuera de lo normal, nada brillante —me dijo alguien—, pero tenía derecho a hacer mis planes. Había formado una idea más o menos clara de lo que quería hacer en la vida, lo que quería ser de mayor, vamos. Todas lo hemos hecho en esa etapa crítica de nuestras vidas, en la que todo son proyectos maravillosos, que en la mayoría de los casos, jamás llegarán a realizarse. Y recuerdo tus sueños de llegar a ser una Faulkner, una Dos Pasos. Nos gustaba que nos creyeran unas rebeldes, (adorábamos a James Dean), y queríamos demostrárselo al mundo, como ellos, los grandes. Así que, ya me entiendes, tenía muchas ilusiones puestas en mi carrera. Las dos sabíamos lo difícil que iba a resultar, pero estábamos seguras de conseguirlo; ESCRIBIR. A mi siempre me gustó tu estilo, la fuerza y la pasión que sabías imprimir a tus relatos. Tenía la certeza de que lo conseguirías. Sin embargo, y a pesar de tus ánimos, a mi siempre me faltó ese valor, ese coraje que tú siempre mostrabas a la hora de emprender cualquier cosa. Era como si estuviera convencida de antemano, de que por una razón u otra, acabaría dejando la carrera y con ella mis ilusiones, mis aspiraciones. Recuerdo cómo te enfadabas conmigo. Me querías de verdad y te molestaba ver que me hundía con el menor pretexto, pero ¿ves? el tiempo siempre da la razón. Me casé y todo terminó.

No quiero que pienses que Jaime tuvo algo que ver con que yo dejara de verte, nunca me prohibió escribirte. Sin embargo no le hacía mucha gracia que estudiara. El pensaba que me quitaría demasiado tiempo para llevar la casa. No, no pienses mal, no es que fuera demasiado posesivo, sencillamente estaba educado de otra forma. Le encantaba, al llegar de trabajar, encontrarme en casa. Era todo muy romántico, no me importó el cambio que supuso en mi vida, en mis planes. Lo hubiera dejado todo por él, incondicionalmente. De hecho así lo hice.
Jaime tenía un buen trabajo en la agencia inmobiliaria, tenía también muchos planes y más posibilidades de llevarlos a cabo (ya viste a donde llegó con el tiempo), así que apostamos por su proyecto. Era más real, no hubo discusión. Confiaba plenamente en él, todo lo contrario que en mí.

Sé que pensaste que me faltaba ambición; acertaste. Es algo difícil de explicar, como un sentimiento muy arraigado dentro de mí que me dice que va a salir bien o mal, una especie de premonición. Tú no crees en esas cuestiones, cuando te propones una cosa la llevas hasta las últimas consecuencias, por eso siempre te he admirado, envidiado. Una envidia sana, ya sabes, en lo que esta puede ser de sana (se que esta frase te recordará a otros tiempos, era una especie de máxima tuya).

El caso es que fué una decisión muy meditada, largamente meditada. No vayas a creer que fue tomada de la noche a la mañana. No hay nadie más indecisa y con más miedo a todo que yo (muy a pesar de mi padre, que tantas esperanzas tenía depositadas en mí). Me costó mucho hacerme a la idea de cambiar los estudios, mi familia, a tí, por algo tan… desconocido, aunque excitante a la vez, como el matrimonio. Pasé una temporada muy crítica. Creía que el mundo se me venía encima. Era la primera decisión importante —y la única— que tomaba en mi joven vida. Además estaba el que tan sólo lleváramos diez meses saliendo, muy poco tiempo, todos me lo decían.
Yo estaba “coladita” por él ¿te acuerdas? Me decías: “Chica, desde que conoces a Jaime sólo eres capaz de ver por sus ojos”. Yo, ingenua de mí, lo tomaba como un cumplido. Ahora creo que era, mas bien, una especie de advertencia. Pero también sabes que, hasta el día que le conocí, no había salido con ningún otro chico. Tú te metías conmigo, ¡ya podías!. Eras una especie de “devoradora de hombres” (y esto no lo inventé yo, créeme). Así que para tí fue más fácil adivinar cómo me podría ir con Jaime. Yo pensaba que habiendo sido un flechazo por ambas partes, sólo podríamos ser felices, nada más. En fin, que todo esto se me fue de la cabeza en esos días terribles, y sólo afloraban los sentimientos de duda y temor. Perdí el apetito, dormía fatal, y mi madre se llevó un buen susto porque se me retrasó el período tantos días, que me notaba mirar con desconfianza, como bajo sospecha. Me hizo todo ello sentirme tan angustiada que llegué a deprimirme. En mi propia casa. Fue terrible. Pero ya te digo; cuando tomé la decisión de dejarlo todo por Jaime, me quité un gran peso de encima. Volví a respirar tranquila. Y me atrevería a decir que fue un sentimiento generalizado. Hice feliz a mucha gente, gente querida, así que no podía haberme equivocado.

Sólo una cosa me desazonaba finalmente, y era el traslado que había en ciernes, de Jaime, a otra ciudad, por ampliación del negocio. Aunque ello conllevaba un ascenso de categoría y el consiguiente aumento de sueldo, no me consolaba en absoluto el alejarme de todo lo que conocía y amaba; la familia, tú, mi ciudad.

Seis meses después de todo esto nos casamos. Estuviste allí, conmigo, te lo agradecí muchísimo. Me hizo muy feliz ver a la gente que quería acompañándome en ese momento tan especial, tan lleno de incertidumbres, de recelos. No es tan fácil como parece siendo tan sólo mero espectador. En esos instantes te das cuenta de que te estás comprometiendo de verdad con la persona que tienes al lado. Ya se que te puedes echar atrás incluso en ese instante, pero si has llegado hasta allí es porque lo tienes bien claro, así que… es una especie de sentimientos contradictorios; lo amas pero te gustaría salir de allí corriendo, sin volverte a mirar atrás. HUIR. Lo que finalmente ocurre es que impera la razón y el trámite se cumple.

Y no creas que no me di cuenta de nada. Allí, entre tanta gente, vi cómo me mirabas, cómo me sonreías y me animabas con un gesto tan dulce como sincero. Aquello me dió una fuerza que no había sentido hasta entonces. Supe en ese mismo instante que iba a ser muy feliz. Inmensamente feliz.



No hay comentarios: