12/5/08

Yanira -3-

3


Se conoce que, cumpliendo las juiciosas palabras que tan sabiamente pronunció Sartre, “como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”. El tiempo iba enterrando muy despacio, pero sin la menor piedad, todo aquello en lo que había creído. No salía de un desengaño cuando me veía abofeteada cruelmente por otro. Todas las advertencias, todos los ánimos, los consejos que te llevas al matrimonio no te sirven absolutamente de nada cuando te descubres sola, miserablemente desamparada frente a una situación que te desborda.

Empezaba a darme cuenta de que, a la larga, si no te rebelas, si no haces nada por cambiar la situación, el tiempo no lo cura todo. El tiempo era algo que a mí me sobraba, y sin embargo, esa era la principal razón de mi desmoralización, de mi desencanto. Me venían a la memoria nuestras reuniones literarias. Fueron idea tuya (cómo no), y a mí, por supuesto, me tenían cautivada. Sentarnos en una cafetería, en un ambiente propício, después de haber comprado algún libro y hablar de nuestros autores predilectos. Coincidíamos bastante en nuestros gustos; Steinbeck, Faulkner, J. Conrad. Recuerdo la jugosa y feróz crítica que hicimos de la trilogía de Miller, PLEXUS, NEXUS y SEXUS. También lo que nos reíamos —de una forma bastante infantil, eso es cierto— leyendo en secreto aquellas historias obscenas, escandalizándonos con aquella pornografía camuflada de literatura (basura), recién descubierto a Charles Bukowski. Después vino la idea de ponernos manos a la obra; escribir algo. El “metodo” también partió de una ocurrencia tuya; tú me darías el argumento para que yo desarrollara una historia y viceversa. Así nacieron algunos relatos cortos bastante buenos (a mi parecer). Me gustaron mucho “La Pasión”, “7 días de Mayo” y cómo no “Sofía”, que según me confesaste, habías escrito inspirándote en mí (he de reconocer que me emocionó y me llenó de un íntimo orgullo aquel detalle). Por mi parte escribí “Breve reflejo” y “Libre del deseo”, que aún siendo las que más calidad podían tener, no llegában a hacer sombra a tus relatos de exquisita ternura y sensibilidad.

Es desconcertante que los avatares de la vida consigan lo que los hombres y las mujeras no son capaces de conquistar con su propio esfuerzo. Te vuelves loca por llegar a una meta fijada de antemano y cuando descubres que no lo lograrás jamás y abandonas, el destino te hace llegar por sus vericuetos caminos lo que tú habías anhelado desesperadamente, ¡y sin buscarlo entonces!.

Burgos estaba nevado, el blanco había hecho su aparición sigilosamente, mientras todos dormíamos, dándole a la ciudad un aspecto fascinador. Hacía un frío cortante que helaba la sangre. No podía soportarlo, ya sabes que el frío siempre ha podido conmigo. Pero lo peor no era la temperatura que hiciera en la calle, sino la que teníamos dentro de casa. Puedes imaginar a qué me refiero. La relación entre Jaime y yo se había enfriado de tal manera que no estába muy segura de que afuera hiciera más frío que en mi propia casa.

Ahora, mi “marido” ya tenía un cargo de mucha responsabilidad y trascendencia, tanta como para que se pasara el tiempo viajando por toda la geografía de este país. Adquiriendo terrenos, comprando, vendiendo, negociando, desapareciendo durante largas temporadas. En los últimos dos años sólo había conseguido verle, esporádicamente, un fin de semana al mes. Tiempo que aprovechaba para hacer infinitas llamadas a colaboradores suyos. Fue la época en que nos trasladamos a una casa en las afueras. Una bonita casa de campo. Grande, muy grande. Jaime no podía permitirse el vivir en un apartamento en el centro de la ciudad. Ahora tenía un “nivel” que debía demostrar públicamente.

Del traslado me ocupé yo. El trabajo me mantuvo entretenida durante un tiempo bastante breve por otra parte, ya que Jaime ni siquiera me permitió encargarme de la decoración, que delegó a un prestigioso y carísimo profesional.

Ni por un instante pensé en que las cosas iban a cambiar. No podían ser de otra forma. La chispa que un día hubo entre los dos se había ido extinguiendo lenta pero inexorablemente. El amor que yo había sentido por ese hombre, habíase tornado en decepción, en desencanto, en fracaso.

Comencé a darle vueltas en mi cabeza a la posibilidad de la separación, del divorcio, incluso de la huida, aunque esta última opción la desestimé desde el primer instante, bién sabes por qué motivos. No podía, no quería continuar soportando aquella situación que llegaba a ser desesperada. Ni siquiera el psicólogo, al que acudí a escondidas de mi marido, podía sacarme de aquel pozo en el que estába hundida. El insistía en que debía dejar al hombre que había conseguido anular mi personalidad. Sí, la idea me la vendío, pero no el remedio. Al tener que ser yó la que enfrentara personalmente la situación, se paralizaba el proceso, el proyecto de liberación de mi alma, de mi cuerpo, de mi ser. No encontrába la fórmula para hablar con Jaime de todos mis sufrimientos. No reunía el valor necesario, esa es la verdad. Planes los hacía todos, pero al sentir que el momento de afrontar la ruptura se acercaba, me echaba atrás, me hundía. No era capaz de enfrentarme a él.

¿Puedes imaginarte, Raquel, en qué estado de animos me encontraba yo? Supongo que debes estar empezando a comprender que esa ”otra vida” que yó te contaba, era mi única via de escape.

Sin embargo el momento llegó.

Fue un fin de semana en que él había decidido otorgarme, no sin cierta conmiseración, la gracia de su compañía. Después de la cena que yo le había preparado sin ninguna motivación especial, comenzó a hablar de sus proyectos. No me los contaba a mí, sino a sí mismo. Esa era su forma de hablar, no esperaba que estuvieras o no de acuerdo, ni que opinaras o participaras. Pensaba en voz alta. El que yo estuviera allí en aquel momento era un mero accidente, pura casualidad. Ya había ocurrido otras veces. Tenía pensado abordarlo, sin embargo, después de sus elucubraciones me sentía sin fuerzas. ¡Pero esta vez no! estaba preparada y tenía que aprovechar la ocasión. Le dije:

—Jaime, de hoy no pasa. Tengo que hablar contigo.
—Espero que no sea ningún disgusto, no es el mejor momento.
Típica contestación suya. Continué:
—Para mí, el disgusto es vivir de esta manera. No es…
—¿De esta manera? —me interrumpió repentinamente furioso— ¿De qué manera? —insistió— ¿Es que acaso crées que no tienes todo lo que te mereces?
—¡Justamente! No sé si lo merezco o no, pero es lo más importante para mí eso que no tengo.
—¿Y qué es eso tan importante? —preguntó sin mirarme a la cara
—Amor.
—¡Amor, amor, amor! —gritó crispado— El amor es algo eventual, pasajero. Esta muy bien al principio, luego se convierte en simple trámite.
—Sí, ese es, trístemente, nuestro caso, pero no es lo que yo quiero.
—Mira Sofía, yo creo que te estoy dando más de lo que nunca habías soñado. Trabajo mucho para sacar esto adelante…
—¿Esto? ¿Y que diablos es esto? —le grité perdiendo el dominio de mí misma— ¿La preciosa casa en la que no vives? ¿Es eso todo lo bueno que crées que puedes ofrecerme? Yo no quiero una casa grande, bonita, con terreno y árboles por donde pasear mi soledad. Quiero, necesito a alguien que me quiera a mi lado, que me necesite y me comprenda, que me apoye y me ayude… y tú no eres ese.

Jaime tenía un perfecto control de sí mismo, especialmente en púbico, pero hablar de nuestra situación era algo que podía con él. Quizás porque no estaba acostumbrado a perder y en este terreno yo era claramente la dueña de la razón, de la verdad. Esto le hacía sentirse más débil e indefenso ante mí. Dijo:

—Los dos sabemos que no tenemos tanto en común como creíamos, pero eso no es lo más importante. Deberías apreciar lo que tienes, infinidad de mujeres desearían estar ocupando tu lugar. Yo tengo un negocio que estoy logrando, con muchísimo esfuerzo, hacer florecer, y no tengo la intención de descuidarlo. Ahora mismo es lo más importante en mi vida, ¿lo entiendes? Tienes que mentalizarte. Voy a llegar muy lejos con esto, tendrás todo lo que desées si tienes un poco de paciencia… Deberías distraerte con algo, buscarte alguna afición. Siempre estás encerrada en casa, ese es tu verdadero problema.

Yo lo escuchaba como hacía un rato, cuando se contaba a sí mismo todos sus planes para el futuro. No podía creer que estuviera dirigiendose a mí.

—Jaime… —conseguí decir con un nudo en la garganta— te estoy tratando de decir… creo que lo mejor es que nos separemos.
—¡¿Qué?! —se encendió— ¡Estas loca! ¡Ni lo sueñes! Sólo me faltaría a mi eso, justamente ahora. En visperas de conseguir un cargo en la capital. ¡Si, a Madrid! ¡Como lo oyes! Iba a darte una sorpresa y mira por donde me sales.
—No me importa lo que pienses, ni tampoco tus éxitos y tus ascensos. Te estoy diciendo que no quiero seguir viviendo contigo. No lo soporto más.
—¡No lo puedo creer! No puedo consentirlo… Te quedarás aquí, no vengas si no quieres. Me iré a Madrid solo, pero escucha: de separación ¡ni hablar! No puedo permitirme ahora un escandalo de ese tipo. ¡Ni soñarlo!

Salió dando un portazo. No volví a verlo ese fin de semana. Así que las cosas quedaron en el aire. No había podido dejar nada aclarado totalmente. Aunque, al menos, había tenido el valor, ¡por fin!, de decirle lo que pensaba.

Esa noche no dormí, me encontraba tan deprimida como antes de haber hablado con él. Escribí hasta que las primeras luces de la madrugada fueron iluminando con dulces matices la habitación. Era curioso, cuando más hundida me encontraba, mi imaginación buscaba el alivio desbordando fantasias. Te escribí:

“Querida Raquel:

La vida, ésta inseparable amiga, me sigue sorprendiendo constantemente, día a día. No se me ocurren ya más formas de agradecer todo cuanto me está siendo regalado. Dar sencillamente las gracias me llena de insatisfacción. ¿Qué hacer cuando la diosa fortuna te elige como “victima” de su bondad y de su generosidad? ¿Dejarle hacer simplemente?

Se me ocurre hacerte cómplice de mi felicidad contándote cuáles son mis alegrías, todo cuanto me sucede, sabiendo que de esta forma te sentirás dichosa tu también.
Hace unos días, después de una cena muy romántica, en casa, Jaime me sorprendió con la siguiente noticia: con motivo de una prospección de terrenos, debía viajar a Tokio y pasar allí unos días, nada fuera de lo normal en su trabajo. La sorpresa consistió en que me pedía que le acompañara, pues iba a disponer de bastante tiempo libre y así, aprovecharía para enseñarme la ciudad, los lugares más bellos, sus costumbres. Ni que decir tiene que acepté de inmediato y encantada.

Al llegar a Japón, nuestra primera escala fue Sendai, y de allí, en tren, nos llegamos al anochecer a Matsushima. Según dice la tradición, Japón cuenta con tres paisajes perfectos, y éste era uno de ellos. Jamás vi tanta belleza (que vacías resultan las palabras a veces).
Al día siguiente nos dirigimos a Tokio en el "tren bala", uno de los ferrocarriles más famosos del mundo, aunque aquí no lo conocen por ese nombre sino por Shinkansen, que significa “nueva linea principal”. Es el medio ideal para recorrer este pais largo y estrecho.
El viaje fue muy interesante y muy rápido, por supuesto. Al llegar a la estación de Shinjuku quedé impresionada por la cantidad de gente que allí se movía. ¿Sábes que es la estación de ferrocarril más concurrida del mundo? Es allí donde existe ese gracioso empleo de Oshiya o “empujador”, que ayuda a entrar con “delicadeza” a los pasajeros que se amontonan en las puertas. Dicen que en invierno contratan refuerzos de Oshiyas, ya que la gente, al llevar más ropa, necesitan más “ayuda”, ¿te imaginas?

Tokio, ¿qué decir de Tokio? Impresiona sobre todo la grandeza de la capital. Es algo difícil de describir, pero muy fácil de observar desde la cima del edificio Sumitomo Sankaku, aquí en Shinjuku. Sobre todo de noche. Allí nos contaron que, al final del día, los barcos que faenan el calamar en la peninsula de Izu, cerca de aquí, de Tokio, encienden brillantes faroles para atraer a los calamares, y cuando los astronautas están en órbita alrededor de la tierra, vén todo Japón perfilado con luz. Individualmente, los pesqueros del calamar parecen una incandescencia de agradable brillo. Juntos constituyen la luz más brillante de la tierra. Es algo que se cuenta, y es algo que sería maravilloso poder comprobar, ¿no te parece?

Puesto que Jaime trabaja sólo por las mañanas, visitando lugares donde se hallan los terrenos a estudiar, por las tardes nos dedicamos a recorrer aquellos sitios más característicos de este fascinante y exótico pais. Pero hoy, día 7 de junio en que te escribo esta carta, siendo nuestro último día de estancia aquí, Jaime quiso que visitáramos Aikawa, una pequeña ciudad. Más bien se trataba de un Furusato, la villa ancestral que casi todos los japoneses añoran y mantienen viva en sus corazones. Al llegar, nos recibió un anciano criador de gusanos, Keiji Yamaguchi, amigo de mi marido de anteriores viajes. Un hombre encantador que vive en las afueras de la villa con su dulce mujer Sada Tsuchiya, antigua comadrona del lugar. Almorzamos con ellos y con su nieta Madoka, belleza local de seis años. En todo momento se deshicieron en atenciones hacia nosotros. Keiji nos contaba que la palabra japonesa que designa el amor es Ai, así que la traducción de Aikawa-Cho es “Ciudad del rio del amor”, (¿no te parece encantador?) De hecho, Aikawa, que cuenta con unos seis mil habitantes, parece más bien un pueblo, y está escondido entre las montañas de Tanzawa. Nos contó que los Jomon, antepasados de los japoneses, situaron por estos lares sus campamentos. En 1569 tuvo lugar cerca de aquí una gran batalla entre dos temibles clanes, los Takeda y los Hojo.

Keiji hizo un alto en su fascinante relato y entonces apareció su preciosa nieta Madoka con una bandeja en la que traía un jarroncito con Sake y cuatro vasitos de marfil tallado para servirlo. Así lo hizo, después levantamos los pequeños vasos y brindamos. Sada se levantó, recogió la bandeja y se retiró para prepararnos la comida. Hice intención de levantarme pero Keiji me indicó que no era necesario, que nieta y abuela estarían encantadas de cocinar para nosotros. Así que siguió contándonos cosas del pueblo. Nos dijo que allí, la gente cultivaba moreras y rabanos, destilaba Sake —el mismo que acababamos de probar— y cortaba madera. Allí, nos dijo, la gente se casaba y entonces se iban, a la capital casi siempre, pero muchos de ellos volvían a sus casas para morir, por ello tenían a la villa como un auténtico Furusato.

Por la noche, antes de regresar a Tokio para volver a casa, quiso que conocieramos a la personalidad más importante de la villa, Myoshin Nakamura. Con sus ochenta y dos años, era la primera pintora de Aikawa. Contaba que llegó a esta ciudad procedente de Tokio, cuando su casa fué demolida para los juegos olímpicos de 1964. Le gustó el tipo de vida y ya nunca se marchó. Myoshin escribe poesía, compone canciones y enseña caligrafía a los niños del lugar. Una mujer adorable.

Desgraciadamente parecía que las horas aquí corrieran más veloces. Se hizo el momento de partir, y tras despedirnos de todos efusivamente, con el deseo de regresar pronto y visitarlos de nuevo, nos volvimos a Tokio”.


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